Carlos M. Álvarez
Especial para BBC Mundo
En Cuba, al principio, la gente escuchó a Ray Fernández sin saber que era él. Un buen síntoma este de posteridad. Si tu obra debuta antes que tú mismo, y si su difusión no depende exactamente de ti, es probable que tu obra también continúe cuando tú ya no estés.
Corrían los primeros años de los 2000, y la gente empezó a corear La Yuca.
No conocíamos al autor –llegaron a adjudicarle la autoría al trovador Frank Delgado, quizás por su merecida fama de cronista social–, pero el tema sí resultaba bastante familiar.
Una alegoría, a través de ciertas costumbres y semántica taína, de la situación económica, política y social que vivíamos los cubanos en el momento.
Y que todavía vivimos.
Cuando La Yuca se expandió, Ray Fernández no pasaba de ser un cocinero de restaurant aficionado a la música.
Pero tan, tan aficionado, que acostumbraba a dejar la cocina y tocar un rato con los grupos tradicionales que a ritmo de boleros y sones montunos amenizaban las comidas de los turistas de ocasión.
Todo hasta que, en una distracción, se le quemaron de un golpe cuarenta pollos y la administración decidió ponerlo de patas en la calle.
Durante un par de años, Ray estuvo recorriendo la madrugada del malecón habanero de arriba a abajo, ganándose los frijoles con una guitarra a cuestas, sin acompañantes, y con ese desenfado tan suyo que le permitía presentarse ante cualquier desconocido y soltarle sin preámbulos un par de temas de su autoría o de la llamada "década prodigiosa".
Paralelamente, a través de la revista El Caimán Barbudo, y su fuerte movimiento de promoción de la trova, fue dándose a conocer.
Se presentó en peñas, viajó a provincias, grabó un disco. No muy difundido, pero disco al fin.
Sin embargo, a Ray Fernández le hacía falta comer. No solo de musas y de longinas vive el trovador.
Para 2009, se presentó en varios clubes como el Diablo Tun Tun, en la Casa de la Música de Miramar, y decidieron otorgarle un voto de confianza.
En resumen: esa es hoy, y lo es desde hace varios años, la más espectacular descarga de toda La Habana.
Una legión de fieles peregrinos acude, cada jueves en la tarde noche, a la cita con un artista que es muchos artistas a la vez.
Ray Fernández parodia, hace décimas, improvisa con el pie forzado más inaudito, canta temas de El Puma, de Roberto Carlos, de Cheo Feliciano, de Silvio Rodríguez, de Led Zeppelin. Toca lo que sea.
Pasa del rock, al son, al tango. Habla en lengua vasca. Se quita la camisa y golpea su barriga como si fuese un tambor. Usa sombreros charros y se moja con el tema político como nadie. Él mismo se reconoce como un clown.
Ha ido a la televisión, pero dice no gustarle.
Primero porque terminaron censurándolo. Y segundo porque para ir a la televisión tiene que adaptar sus tiempos a los tiempos de la televisión, y no le parece que eso sea correcto. Tiene que maquillarse, llegar con antelación, ensayar y repetir, y lo peor: despertarse de día.
Quizás si los programas fuesen de madrugada, que es la hora en que Ray Fernández más despierto está, los espectadores cubanos lo viesen más. Pero Ray encarna al arquetipo del bohemio: es el Toulouse-Lautrec de la trova cubana actual.
Por otra parte, no hay en él ese dejo afectado que suelen llevar encima muchos trovadores de su generación. Todos mordidos por el virus de Silvio Rodríguez, tragados por su influencia. Todos queriendo sufrir, o reflexionar, más de la cuenta, creyendo que poetizar es aburrir.
Así, tranquilo, entre un chiste y otro, Ray ha musicalizado poemas de Lezama Lima, Gastón Baquero y Eugenio Fiorit. También de Miguel Hernández, casi un Dios para él.
Pero el mayor mérito suyo ha sido otro: pasar lista pormenorizada de los conflictos, esperanzas, estrecheces y premuras de la realidad cubana de los últimos 15 años.
Con canciones como Bucanero, El gerente, Matarife, El obrero o la propia La Yuca, se ha convertido en un acuciante cronista social del momento. El testimonio más fidedigno de la Cuba reciente se encuentra en sus acordes.
Por ahí pasa el dirigente arribista, el trabajador social que de buena fe le explica al exconvicto por qué no puede comer carne de res, el exconvicto que argumenta por qué es que mata al vacuno, el despropósito entre el salario promedio del cubano y los precios en las tiendas, e incluso el cacique "que tiene el power absoluto".
Para hacernos una idea de quién es Ray Fernández, basta una anécdota.
Una madrugada, después de tres cervezas, logra escapársele a su mujer. Su mujer lo ha venido vigilando durante meses, porque Ray tiene una idea peregrina que a la mujer no le gusta nada.
Ray vive en Alamar, uno de los barrios periféricos de La Habana, y para este entonces ya ha salido en la televisión, ya ha grabado con Omara Portuondo, ya ha firmado contrato con la disquera EGREM, y es hasta cierto punto famoso.
La mujer, que a veces ha tenido que dormir junto a la puerta de la casa para que Ray no escape, quiere "meterlo en cintura", pero Ray suele moverse al límite. Y cuando nota que tiene el camino libre, sabe que debe aprovechar la oportunidad.
Agarra una Biblia, una sábana con un letrero del Ministerio de Salud Pública, y sale a la calle, en cueros. Así, leyendo versículos e improvisando monsergas, camina kilómetros al borde de la carretera Monumental, una de las principales entradas o salidas de La Habana.
Y este artista, que es muchos artistas a la vez, es ahora el loco de remate al que todos los choferes le aprietan la bocina del auto y al que todos los transeúntes le gritan.
Él, invocando a Adán, se ríe de ellos. Predica.
Carlos M. Álvarez es un periodista cubano que escribe una columna semanal para el sitio OnCuba. También ha colaborado con revistas latinoamericanas como Malpensante y Gatopardo.
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