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martes, 24 de septiembre de 2013

El próximo PLD



José Tomás Pérez
@josetomasperezv


En realidad, ¿para qué se fundó el PLD? ¿Estaba la sociedad dominicana preparada para el Partido que creó Juan Bosch?

Durante décadas, la guerra fría entre los dos imperios, Estados Unidos y la Unión Soviética, mantuvo dividido al mundo en dos grandes polos. El PLD nació atrapado en medio de esos polos. Solo la influencia de un pensador con los conocimientos y la experiencia política de Juan Bosch pudo sobreponerse e imprimir a ese partido, desde su nacimiento, un sello original y una visión nueva de la realidad, que le permitiera liberarse de los esquemas ideológicos en que se debatían la izquierda y la derecha.

Decenas de jóvenes revolucionarios fueron víctimas de los clichés ideológicos que se difundían desde una sociedad que no profesaba en la práctica lo que trataba de enseñar.

La aberración en que cayeron los sistemas comunistas y socialistas, esclavizando material y espiritualmente a sus pueblos, nunca llegó a la conciencia de esos jóvenes que ingenuamente sacrificaron sus vidas promoviendo una utopía que sólo existía en los libros de los pensadores del marxismo, pero que en la práctica había degenerado en un sistema tan aberrante como el capitalismo que combatían.

Conocedor profundo y testigo ocular de lo que pasaba dentro y fuera de aquella cortina de hierro que dividía a ambos polos, Juan Bosch proclamó desde un principio que el PLD no era un partido leninista y que el propósito de su fundación era llevar a cabo un proyecto de liberación nacional, con definiciones y características propias de una sociedad como lo era la dominicana en esa época.

Juan Bosch, no habría de permitir que su obra maravillosa quedara atrapada dentro del círculo vicioso de estereotipos e ideas prefijadas en que la izquierda dominicana se sumergió para no poder nunca escapar. Por eso el PLD creció y se desarrolló como un partido con personalidad propia.

El concepto de liberación nacional no expresaba un rompimiento con el capitalismo ni con el socialismo. Era más bien el planteamiento de las ideas y experiencias exitosas con que ambos polos funcionaban, echando a un lado las prácticas enajenantes e inhumanas y proponiendo como bandera de lucha el antiimperialismo, la soberanía absoluta de los pueblos y la reivindicación del bienestar humano, razón de ser de los sistemas y de los Estados.

El fracaso en el gobierno de los partidos tradicionales, PRD y PRSC, hizo que estas ideas germinaran y se fueran abriendo paso hasta alcanzar su plenitud en el certamen electoral de Mayo de 1990, cuando Juan Bosch y el PLD ganaron las elecciones, aunque sin poder asumir el gobierno debido a un fraude electoral sin precedentes.

La llegada del PLD al poder, seis años después, marcó, sin embargo, la ruptura con sus raíces ideológicas, poniendo en práctica, arrastrado por las circunstancias, la definición de un modelo de partido sellado por el pragmatismo, ecléctico en su forma de gobernar y alejado de manera radical de los postulados marxistas que contenían sus definiciones doctrinarias.

Esta no fue una crisis ideológica solo del PLD. Con el derrumbamiento de la Unión Soviética y los regímenes socialistas, también se vinieron abajo las estructuras partidarias que en el mundo sustentaban la ideología marxista. Los partidos que no supieron transitar el camino de la adaptación a esta nueva realidad se redujeron a su mínima expresión, muchos de ellos desapareciendo del escenario político.

En los últimos años hemos sido testigo en América Latina del surgimiento de un tipo nuevo de partidos de izquierda que, amparados en ideas y prácticas antiimperialistas, han podido alcanzar la cúspide del poder en sus respectivos países. Con diferencias de matices en cuanto al enfoque antiimperial, unidos en un solo bloque, han devenido en un polo político independiente, contestatario y hasta desafiante de la hegemonía de los Estados Unidos, lo que le ha permitido manejarse con gran autonomía política frente al tradicional gendarmen.

Y mientras tanto ¿qué ha pasado con el PLD? ¿Por qué aquel partido de liberación nacional que fundara Juan Bosch no ha tenido espacio dentro en el terreno de este bloque liberal? ¿Por qué el PLD no ocupa ningún lugar en la clasificación de los partidos de izquierda o centro-izquierda que hace el Proyecto Élites Parlamentarias Latinoamericanas (PELA), el cual incluye partidos de 15 países?

Si algún factor le ha permitido a muchos de los partidos del bloque izquierdista de América del Sur y Centroamérica exhibir los niveles de autonomía política que tienen es el origen de sus victorias. La mayoría de ellos llegó al poder montado en las olas de grandes movimientos populares. Son partidos que gobiernan o han gobernado en contra y a pesar de los grupos oligárquicos, quienes se han visto obligados a aceptar esa realidad a regañadientes. Todos tuvieron un origen popular y nunca cedieron un ápice de su terreno para ascender al poder.

En el caso del PLD no ha pasado así. Al margen de evaluar si estuvo bien o estuvo mal lo que se hizo en términos de táctica política, la alianza con los grupos conservadores que dio origen a su primera victoria electoral, ha marcado a este partido para siempre. Tener que ser complaciente con la oligarquía y los grupos tradicionales de poder fueron convirtiendo al PLD en un partido profundamente conservador. Los mismos grupos oligárquicos que patrocinaron el derrocamiento de Juan Bosch en 1963, han seguido poniendo las reglas, financiando campañas electorales y repartiéndose el poder con los partidos que llegan.

Al margen de los avances que los gobiernos del PLD han logrado para el país en materia económica y social, los cuales sin ninguna mezquindad deben considerarse importantes, su trascendencia histórica como partido político estará limitada y condicionada por este rompimiento ideológico con las clases populares, lo que en la práctica lo convierte en un partido más del sistema.

La pregunta que surge es: ¿hasta cuando estará el PLD jugando este rol de partido conservador desde el gobierno? ¿Estaría el gobierno de Danilo Medina definiendo en su praxis un nuevo tipo de PLD, menos comprometido con los intereses de los grupos oligárquicos y conservadores y más identificados con el sentimiento de las clases populares?

¿Podrá romper el PLD su alianza con el conservadurismo y echar adelante un proyecto eminentemente popular, un híbrido que combine el arte de gobernar al lado de las clases populares con el apoyo a las fuerzas productivas, especialmente las emergentes y las embrionarias?

La sociedad dominicana ha venido incubando un movimiento casi secreto que cuestiona el establishment y la manera como se ha gobernado al país en las últimas décadas. El PRD, ha sido el estrepitoso fracaso del modelo populista llevado a su máxima expresión. Los grupos de izquierda están cada día más dispersos y menos conscientes de lo que quieren.

¿Cuál será entonces el rol que le corresponderá jugar al PLD frente una sociedad que ya no acepta ni se resigna a que se aborde la solución a sus problemas con media tinta y paños tibios?

Algunas señales del presidente Danilo Medina apunta hacia lo que pudiera ser el nuevo PLD. El acercamiento a los pequeños y medianos productores del campo y la ciudad y los encuentros con las comunidades y las asociaciones comunitarias pudieran estar dándonos luces de lo que tiene que ser ese nuevo partido que demanda la sociedad dominicana.

Por años se ha venido cuestionando el alejamiento de la estructura partidaria y de sus dirigentes de las comunidades. Atrás quedaron las instancias orgánicas que creó Juan Bosch para conectar al PLD con el pueblo. La masificación mal conducida ha hecho del partido una organización semiamorfa, sin canales de comunicación con sus bases. Los contactos con la gente se hacen, pero con la nariz tapada. La visión transformadora con que se creó el PLD se ha dejado atrapar en la maraña de intereses de la clase dominante de la sociedad.

El VIII Congreso Norge Botello, tiene una excelente oportunidad para debatir y definir cuál es el próximo PLD que queremos.

El 2016 no es un escenario para simplemente presentar caras nuevas o viejas, sino la ocasión para promover una visión transformadora y moderna del tipo de sociedad que queremos.

Discutamos esto sin que las contradicciones nos causen rubor y sin dejarnos condicionar por el temor a los grupos y sectores que creen que la democracia solo debe llegar al límite de lo que les conviene.

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