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jueves, 1 de abril de 2021

Nunca es tarde si la dicha es buena

Ida B. Wells, un Pulitzer que llega un siglo tarde.

La periodista, que defendió los derechos de los afroamericanos mucho antes que figuras míticas como Luther King, recibe al fin su reconocimiento

Retrato de Ida B. Wells alrededor del año 1893. (Dominio público) VER GALERÍA

CARLOS HERNÁNDEZ-ECHEVARRÍA

“Por su excelente y valerosa investigación de la horrible y despiadada violencia contra los afroamericanos durante la era de los linchamientos”. Con estas palabras, el jurado de los premios periodísticos más prestigiosos del mundo, los Pulitzer, ha reconocido el trabajo de Ida B. Wells. Un homenaje merecido, si bien tardío, ya que Wells murió hace casi noventa años.

No resulta extraño que le hayan llegado tarde los reconocimientos, porque ella llegó con adelanto a casi todo: defendió los derechos civiles de los afroamericanos 70 años antes que Martin Luther King y era editora de un periódico 30 años antes de que las estadounidenses pudieran votar. No está nada mal para una persona que, al nacer, no era ni siquiera persona, sino una propiedad de otros.

De la esclavitud al periodismo comprometido
Ida B. Wells (1862-1931) nació esclava en Misisipi solo unos meses antes de que Lincoln declarara el fin de la esclavitud durante la guerra civil. Sus padres, carpintero y cocinera, eran muy activos políticamente, y quisieron que sus hijos tuvieran una educación. Ida pudo estudiar hasta los 16 años, cuando sus padres murieron, pero ese ya era un nivel extraordinario para una mujer negra de la época, y le permitió hacerse cargo de sus hermanos trabajando como profesora.
Ida B. Wells junto a sus cuatro hijos en 1909. 

Fue después de mudarse a Memphis, la gran ciudad del estado sureño de Tennessee, cuando Ida empezó su activismo por los derechos civiles. Con poco más de veinte años, la echaron por la fuerza de un tren tras negarse a ceder el asiento de primera clase por el que había pagado y sentarse en el vagón de los negros. Ella decidió demandar a la compañía y ganó una indemnización en primera instancia. Cuando un tribunal superior le quitó la razón, decidió empezar a escribir, bajo el seudónimo “Iola”.

Según algunas fuentes, sus artículos sobre las penosas condiciones del sistema educativo para los niños afroamericanos forzaron su salida de la educación pública y la llevaron a dedicarse plenamente al periodismo. A los 30 años ya era copropietaria del periódico en el que escribía, y es entonces cuando la desgracia de un amigo la llevó al tema que definiría su carrera periodística y que le ha valido el Pulitzer: los linchamientos , las ejecuciones extrajudiciales de negros a manos de grupos de blancos.
En sus artículos puso particular empeño en desmontar la excusa que se daba para esos crímenes: la violación

Más allá de unas canicas
En 1892, una turba entró en una cárcel de Memphis y se llevó a tres hombres, que acabaron asesinados brutalmente en un descampado. Uno de ellos, Thomas Moss, era un buen amigo de Ida B. Wells. Todo había comenzado después de una riña entre un chaval blanco y otro negro que jugaban a las canicas, pero en sus artículos Wells desveló que tras el crimen había lo que en otros muchos linchamientos: tensiones económicas y el intento evidente de que ningún afroamericano prosperara en el Sur.

Moss era uno de los propietarios negros de un floreciente negocio que tenía bastante preocupado a un competidor blanco, Robert Barrett. Fue él quien aprovechó el incidente de las canicas para acusar a varios vecinos del barrio de estar envueltos en una “conspiración contra los blancos” con sede en su negocio rival. Después de un tiroteo, los tres afroamericanos acabaron en la cárcel, y fue de allí de donde los sacó la turba para matarlos antes del juicio. Otra multitud de blancos arrasó el negocio de Thomas Moss y, poco después, su competidor, Barret, se lo quedó en una subasta.

Un afroamericano bebiendo agua en una zona designada para personas negras en 1939 en una estación de tranvías en Oklahoma City. 

Inspirada por este acontecimiento,Ida B. Wells viajó durante meses por todo el sur de Estados Unidos buscando testimonios y documentación de otros linchamientos, un verdadero trabajo primitivo de periodismo de investigación con grave riesgo para su vida. En sus artículos puso particular empeño en desmontar la excusa que se daba para muchos de esos crímenes: la violación.

A un gran número de varones negros se les acusaba de haberse propasado sexualmente con mujeres blancas, cuando la verdadera motivación era la venganza económica, si no la envidia. “Nadie en esta parte del país cree esa vieja mentira de que los hombres negros violan a mujeres blancas […] es una excusa para librarse de los negros que adquieren riqueza y propiedades, y para mantener a la raza negra aterrorizada”.

En su investigación encontró que, en dos tercios de los linchamientos, las víctimas ni siquiera habían sido acusadas de violación. Puso el foco en la violencia sexual contra las mujeres negras y además habló abiertamente de un tema tabú: las relaciones consentidas entre personas de diferentes razas.

Tras un artículo, una turba quemó su periódico y se vio obligada a mudarse para salvar su vida
Fue un artículo sobre ese tema el que llevó a una turba blanca a quemar su periódico y el que la que la obligó a mudarse al norte para salvar la vida. Ella misma ya había puesto por escrito su consejo a los afroamericanos de Memphis: “Ahorrad y abandonad esta ciudad que ni protegerá nuestras vidas y propiedades ni nos dará un juicio justo, pero que nos asesinará a sangre fría cuando nos acuse una persona blanca”.

Una vida de lucha
Ida B. Wells siguió escribiendo y luchando por la justicia durante el resto de su vida. Escribió para un periódico de Nueva York y viajó dos veces al Reino Unido a explicar en conferencias lo que eran los linchamientos.
Más tarde se mudó a Chicago, donde fue muy influyente en la política local y donde, además, se casó y tuvo cuatro hijos. Desde allí continuó sus campañas por el derecho al voto de las mujeres o la igualdad de derechos para los afroamericanos, fundando importantes organizaciones que aún hoy sobreviven.
Anverso y reverso de la medalla de oro Premio Pulitzer al Servicio Público, que sirve como símbolo de los Premios Pulitzer en general. 

El premio Pulitzer viene a remediar con mucho retraso la falta de reconocimiento de su trabajo sobre los linchamientos, un auténtico precursor del periodismo de datos que trabaja con tablas estadísticas. También viene a demostrar que los que se equivocaban eran los periódicos blancos al decir que “que se le permita vivir y murmurar esas repulsivas calumnias es un testimonio de la maravillosa paciencia de los blancos sureños”, o el gobierno, que todavía en 1918 la consideraba “una conocida agitadora” y se negaba a darle un pasaporte.

A pesar de esto, su trabajo consiguió precisamente lo que pretendía. Como ella misma escribió: “La manera de arreglar las cosas que están mal es poniendo la luz sobre ellas”.

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